miércoles, 11 de abril de 2012

BIOGRAFÍA DE BIELSA (12)


'LO SUFICIENTEMENTE LOCO', UNA BIOGRAFÍA DE MARCELO BIELSA (12)





PERSONAJES 


BIANCHI, RIQUELME, MENOTTI, VALDANO, GRIFFA, BATISTUTA, ORTEGA
 


Carlos Bianchi juega un papel trascendental en la contemporaneidad de Marcelo Bielsa. Sólo el desprecio a confrontar de ambos, ser enemigos de las antinomias, han imposibilitado una versión actualizada del duelo entre Carlos Bilardo y César Menotti. Estos dos personajes redujeron las décadas del '70 y del '80, en el debate futbolístico, a pertenecer a una u otra columna. En cambio, Bianchi y Bielsa fueron marcados como referentes bien distintos, pero nunca se enfrentaron debido a no responder a declaraciones de otros, no imaginarse públicamente en puestos ajenos y nunca separarse del perfil bajo. No obstante, y más allá de no quererlo, alimentaron su prestigio teniendo un colega a vencer. 

El comienzo de sus carreras es notablemente parecido. Son de la misma generación (Bianchi es seis años mayor), debutaron como entrenadores en la misma época (Bielsa en 1990, sólo tres temporadas antes que su colega), fueron novatos campeones y fracasaron en Europa (en el Espanyol Bielsa y en la Roma, Bianchi).

La final de la Copa Libertadores de América fue el gran dolor de Marcelo y 24 meses después, el gran despegue de la carrera de Bianchi: ambas fueron frente al San Pablo, en el estadio Morumbí y por penales. Cuando habían alcanzado la gloria con sus respectivos equipos de jóvenes (Newell's uno, Vélez otro), los diferenció que al Virrey lo catapultó una campaña espectacular en Boca, en tanto el Loco bajó su renombre por irse a trabajar a México. 

Las comparaciones tuvieron un pico cuando Bielsa llegó a Vélez, que había sido multiganador con Bianchi, un técnico de la casa que supo manejar a un grupo famélico de títulos. Los jugadores históricos se quejaron cuando en su primer torneo en el club de Liniers, Marcelo dijo que se despedían de la lucha por el campeonato tras empatar con River, cuando su antecesor, mientras los dirigía tres certámenes antes, había bajado el pesimismo después de una derrota ante Boca y terminaron dando la vuelta olímpica. 

Ambos luego fueron candidatos para dirigir a Boca: el recordado Juan Carlos Lorenzo recomendó a Marcelo, que ya había viajado a Barcelona para asumir en Espanyol. En ese momento, a días del Mundial de Francia '98, Bianchi fue el primer técnico en el que pensó Julio Grondona para suceder a Daniel Passarella en el Seleccionado argentino. 

Los éxitos inmediatos de Bianchi en Boca (cantidad de títulos que se renueva anualmente), contra la poca aceptación que tenían los primeros días de la gestión del Loco en el Seleccionado, influenciaban profundamente en la opinión popular. No faltaron aquellos que reflexionaban con que la demora en la firma de la renovación del contrato de Bianchi, en junio de 1999, tenía que ver con la especulación de lo que sucedía en el equipo nacional, donde Bielsa estaba a prueba. 

El cómodo liderazgo en las eliminatorias, con evidente superioridad incluida, no fue suficiente para evitar que en el 2001 el Virrey fuera elegido en la prestigiosa encuesta del diario montevideano "El País", apoyada por la Confederación Sudamericana de Fútbol, por segundo año consecutivo, como el mejor entrenador del continente, relegando a Bielsa al segundo lugar. 

A fines de 2002, ambos se cruzaron un par de dardos elípticos, cuando Bielsa dejó entrever que el primer Boca de Bianchi era un equipo mezquino, y al poco tiempo, éste declaró que le habían ofrecido la dirección técnica de la Selección en 1998 (cuando asumió Bielsa) y que no aceptó por no estar de acuerdo con Julio Grondona. 

El duelo estuvo cerca de revivirse, implícitamente, cuando quedaron cerca de disputarse la jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Rafael Bielsa (fuera de la candidatura por su anterior asunción como Ministro de Relaciones Exteriores de la Nación) y Mauricio Macri, quien limpió su imagen presidiendo a Boca en el momento más glorioso de la historia, justamente gracias al orden que le dio Carlos Bianchi en el orden futbolístico. 

Bielsa convocó pocos jugadores de Boca, midiendo los resultados a nivel nacional e internacional. Varios futbolistas de ese club fueron a la Copa América de 1999 (Riquelme, Cagna, Delgado, Barros Schelotto) y luego, prácticamente no volvieron a ser convocados. Guillermo Barros Schelotto declaró cuando Marcelo comenzó su segunda gestión en el Seleccionado que "ya no tengo demasiadas expectativas de la Selección. Es más fácil ser convocado jugando en el exterior". 

Desinteresados de las polémicas, Bielsa y Bianchi demostraron que el camino al éxito no es único. Menos en el fútbol, donde un técnico puede ser ganador auscultándose en la teoría de esta actividad, mirando constantemente videos para explicarles las correcciones a sus jugadores, desapareciendo de los entrenamientos y siendo verborrágico cada minuto de partido (como lo es Bielsa); como así también, rescatando la parte práctica de este deporte, hablando desde las experiencias personales, organizando asados con el plantel y evitando la visión del fútbol como algo definitivo (como actúa Bianchi). 

Además de la superioridad en títulos, una diferencia a favor de Bianchi fue el usufructo del talento de Juan Román Riquelme. Se mostró dispuesto a mantenerlo más allá del nivel que mostrara, se interesó por su vida fuera de la cancha y hasta hizo diferencias cuando armó la manera de jugar de Boca, con Riquelme despreocupándose totalmente de los adversarios y sus compañeros trabajando para darle el balón. Justamente tres aspectos que no tolera Bielsa, quien utiliza a los de mejor actualidad más allá de los nombres, nunca se interesa por cuestiones extra futbolísticas del jugador y ubica para cada dirigido una pieza a marcar del equipo contrario. 

Bielsa no lo convocó al Mundial porque siempre prefirió a otros; lo avisó entrelíneas meses antes: "Hay cuatro o cinco jugadores que merecen un lugar y no van a estar en la lista final". 

Así como Marcelo aclaró tácitamente con Bianchi la relación entre ambos y nunca se mencionaron, tampoco se refiere a sus antagonistas, que son aquellos que le critican la sistematización del fútbol y sus jugadas armadas en un cuaderno para ser ejecutadas en el campo. Están personificados obviamente en César Luis Menotti, quien siempre le reconoció ser "de los pocos con los que se puede discutir de fútbol sin intencionalidad, por pura ideología. Yo a él lo respeto porque creo que es un gran profesional, pero en lo futbolístico guardo profundas discrepancias". Para Bielsa primero está la táctica y luego los nombres; declara que siempre un centrodelantero y un enganche deben estar en los conjuntos, y llegó a improvisar extremos derechos o izquierdos pese a no tener jugadores con esas características. Para Menotti es un error no nombrar los puestos sin nombre y apellido. En la época del Mundial, sobre todo le criticaban, él y su bando, la tan marcada verticalidad de sus equipos, la falta de pausa. Y obviamente, propensos a movilizar a los futbolistas desde lo anímico, desterraban la idea de no relacionarse con ellos. El Flaco, apenas quedó eliminada la Argentina, dijo que esta Selección nunca había jugado bien. 

Uno de los que siguen la línea de Menotti es un amigo de Marcelo desde años: Jorge Alberto Valdano, con quien se conocieron a los 15 años jugando en las inferiores de Newells y armaron lo que puede llamarse una unión en el disenso. "Lo conozco desde los 15 años. El nuestro es un civilizado desacuerdo. Cada uno expone enérgicamente sus ideas y luego terminamos resignando", piensa Valdano, acerca del cambio de ideas sobre fútbol que se cruzan hasta entrada la madrugada. 

El hoy director deportivo del Real Madrid un día lo definió casi poéticamente: "Bielsa es de esos tipos que se destacan en el paisaje". Cuando lo carga, el Loco recurre a decirle que "vos sos verso y el fútbol quiere resultados". 

Cada uno con su estilo, difieren en conceptos futbolísticos, pero no en aquellos de la conducción. Bielsa postula que "la conducción es fundamentalmente convencer"; Valdano piensa lo mismo, pero con sus palabras: "Un líder es, ante todo, un seductor. Y seducir es convencer". 

Tras su retiro Valdano se preocupó acerca del reclutamiento de grupos de trabajo. Con ese fin escribió "Liderazgo. El libro que da las claves para formar equipos en la empresa y el deporte"; para el cual entrevistó a empresarios españoles, académicos, un par de futbolistas (Raúl y Josep Guardiola) y a siete directores técnicos, entre ellos a Marcelo. 

Bielsa y Valdano tienen una profunda vocación por el deporte, que con el tiempo llevó a uno a la dirección técnica de una de las selecciones potencias del mundo y al otro a un cargo decisivo en el club más prestigioso del globo. Un rosarino que portaba un apellido casi aristocrático en la ciudad y un campesino de un pueblo de Santa Fe llamado Las Parejas. 

Dos casos de los más disímiles cuando llegaron a probarse en las juveniles de Newell's, que obviamente pasaron en su formación por los consejos de Jorge Griffa: "En el fútbol juvenil tuve los ejemplos más diversos: a Moriconi que se hizo cura, a Quinto Pagés que se recibió de médico, a Zamora que vendía flores. Entre muchos chicos que dieron una buena respuesta en el fútbol y en la vida, Marcelo y Valdano son dos grandes hitos. Provenían de puntos opuestos, pero coincidían en una plena inteligencia para desarrollarla en el fútbol". 

Griffa, quien dirigió el fútbol amateur de Newell's desde 1973 hasta 1996, caminó constantemente a la par en la carrera de Marcelo. Hoy no tiene problema en hacer diferencias: "Marcelo es mi alumno predilecto, sin dudas. El lo sabe. Lo conocí apenas empecé con los juveniles. Yo quería cambiar la mentalidad de la generación que venía. El tenía 17 años y en nuestro primer contacto directo, me preguntó si estaba loco por haber preferido volver de Europa para trabajar aquí". 

En 1974 la AFA armó una lista de 20 jugadores para participar en el Sudamericano Juvenil de Chile, de los cuales 15 debieron retornar porque superaban el límite de edad. Newell's, que comenzaba a armar su estructura, envió los reemplazos y hasta allí fue Bielsa. Ni siquiera fue suplente, pero todavía guarda la camiseta que Alberto Tarantini le regaló por su solidaridad con el grupo. La historia fue similar dos años después. César Menotti ya dirigía la Selección mayor y pese a que su exigencia de que los equipos nacionales fueran prioridad había encontrado eco entre los dirigentes, debió pedirle a su amigo Jorge Griffa, si podía utilizar el plantel entero de la reserva campeona de Newell's, en el Torneo Preolímpico de Recife, Brasil.

Una editorial de "El Gráfico" del 4 de febrero de aquel año alertaba: "La AFA y el cuerpo técnico se habían puesto de acuerdo para que la ilusión, tantas veces trunca, tuviera por fin, razones para encenderse. Pero el comienzo de este año devolvió viejos vicios, alentó a los eternos pesimistas. El primer antecedente importante, aunque parezca minúsculo, fue el vacilante tratamiento que tuvo el Preolímpico; concluyó enviándose a una delegación improvisada, que con dignidad superó el compromiso". 

Finalizaron terceros, detrás de Brasil y Uruguay. Sobresalía el mediocampo, con Ricardo Giusti, Enzo Bulleri, quien relegaba nada menos que a Américo Gallego, y Roque Alfaro, y también el primer zaguero central: Marcelo Bielsa, quien guarda todavía de aquel certamen los diarios brasileños donde lo ubicaban en el equipo ideal. "Me acuerdo de que compartía la zaga con Edinho, que después triunfó en la selección de Brasil. Qué falta de respeto...". 

Griffa fue una referencia permanente en su carrera. Lo dirigió cuando jugaba en inferiores y afirmaron el contacto cuando Bielsa se retiró. Ya recibido de profesor de educación física y de técnico, el Loco acudió a él para decirle que quería dedicarse a su vocación: "Yo quiero estar a su lado para crecer", le manifestó. Luego Griffa lo iría ascendiendo mientras dirigía inferiores y le encomendaría recorrer el país para reclutar el mejor material de jugadores. 

Fue quien esperó el momento justo para recomendarlo para la Primera División: quería que aprendiera de la etapa de la formación de los futbolistas y que moderara su ansiedad. El valor que adquirió Griffa en su vida, queda demostrado en la elección de líderes por parte de Marcelo, que lo junta a aquél con Ernesto Guevara y Mahatma Gandhi. 

En 1992, cuando después de dos títulos nacionales y una final continental en dos años, Bielsa se marchó tempestuosamente entendiendo que se había roto la relación con los jugadores, el cordón con su maestro se cortó por primera vez. "Creía que debía seguir en Newell's para seguir armando lo que habíamos pensado. Me enojé. Aunque yo tengo el derecho de disgustarme con él porque lo considero un hijo. Y un padre con su hijo, ya sea en la vida como en el fútbol, no pueden tardar mucho tiempo en reencontrarse", recuerda hoy Griffa. 

Antes y después de ese distanciamiento, continuaron las charlas cuyo hilo conductor es el fútbol. Cada lunes analizaban el partido del día anterior y siempre encontraban el momento para referirse a jugadores en particular, entre los pibes que asomaban o los que llegaban ilusionados a Rosario. Entre ellos, aquel gordo que más de quince años después, consagrado como el máximo goleador histórico de la Selección Nacional, aceptaba que de chico lo apodaban "elefante" porque aducían que tenía los pies redondos: Gabriel Batistuta. 

Bati comenzó confundiendo a Bielsa, tanto que le preguntaba a Griffa qué le había visto cuando lo había fichado al verlo en un representativo de Reconquista, su ciudad. Griffa seguía firme: "Le contestaba '¿no te das cuenta de que es un tremendo goleador?'. El lo quería, pero no encontraba la visión del futuro sobre Gabriel que tenía yo. Ojo que yo tampoco pensé que llegaría tan lejos...". De cada jugador exitoso invariablemente surgen varios hombres que se adjudican su descubrimiento. Bielsa no es precisamente un descubridor; de hecho, cuando recorrió la república, su principal objetivo no fue seleccionar potenciales jugadores, sino fijar puntos de referencia mediante corresponsales. Pero sí es un gran formador, desde su primario interés por la educación física, la constante corrección de movimientos y la empírica manera de pulirlos. Batistuta lo asegura, en su libro "lo Batigol racconto Batistuta": "Bielsa fue mi primer verdadero entrenador. Fue el director técnico más importante en mi formación. Me promovió a la reserva, después de esperarme con paciencia porque mis compañeros estaban mejor en la parte física y yo siempre estaba retrasado". 

Un sinfín de anécdotas derivan de aquella espera al gran goleador, porque el delantero a pura potencia que conocemos, de chico tenía una debilidad: los alfajores. Con su particular léxico, Bielsa lo recuerda "gordón". Su hermano Rafael dedicó casi un capítulo del libro que escribió sobre sus vivencias como hincha de Newell's: "Marcelo iba a los entrenamientos en un Citroen terracota, y en el semáforo de Godoy y Mendoza, se cruzaba con unos chicos que le vendían alfajores Fantoche. No había terminado de bajar del auto cuando ya lo tenía a Bati pegado al vidrio del auto, listo para manotear algo. Por lo que respecta al arco, los años han transformado aquella gula en ferocidad vigente". Gabriel lo reconoce: "Marcelo me hizo adelgazar y cuando terminé la dieta, me llevó a mi habitación, debajo de la tribuna del estadio de Newell's, y me regaló una caja de alfajores". 

Batistuta era parte de la carnada, junto a Gamboa, Berizzo, Franco, Lunari y Raggio, más Pochettino y Ruffini, un par de años más chicos, que subía divisiones de la mano de Bielsa y que todavía en reserva, se juramentaron continuar ese ascenso en primera con un título. Bati pasó a River Plater, pero con el compromiso de su representante Settimio Aloisio de que volvería si no funcionaba. No obstante apareció una oferta de Boca Juniors y aquél se negó a reencontrarse con quien fuera su educador, que asumía en la Primera de Newell's. Marcelo realmente se disgustó, ya que idealiza a veces un mundo donde las obligaciones queden explícitas con las palabras y no con las firmas. 

Recién recompusieron la relación en contextos totalmente distintos: en Amsterdam, antes del amistoso frente a Holanda en marzo de 1999, en lo que fue la segunda convocatoria del Seleccionado. Desde allí, más allá de que dijera que la única ventaja que tenía con Bielsa en el Seleccionado es que "me gusta como trabaja", conocer al entrenador lo ayudó a sentirse titular, pese al bajón en el 2002, contra el descrédito de varios de sus compañeros y luego de una relación de desprecio del anterior técnico, Daniel Passarella. 

Así como Bielsa tuvo en Gabriel Batistuta su jugador emblemático, el de Passarella indudablemente había sido Ariel Ortega. Lo hizo debutar en primera, con él ganó sus títulos en River y en él depositó la creación de juego en su Selección, la primera sin Diego Maradona. Ortega fue quizá la gran demostración de cuánto necesitó adaptarse Marcelo a las estrellas del equipo nacional. Gran revuelo causó la persecución que intentó en cada avance del lateral Roberto Carlos, en el primer Argentina-Brasil de la era. 

Con el tiempo Bielsa entendió que debía bajar las pretensiones. Comprendió que debía pedirle lo que quería de él en breves frases, porque en caso contrario, se distraería. Que para rendir, ante todo necesitaba confianza y cierta libertad táctica. Logró un punto medio: sólo ocasionalmente le mostró un video, trató de no darle un discurso demasiado "científico" y sabiendo de su informalidad, comenzó a decirle Burrito, aunque nunca lo tuteó. El desfachatado Ortega, casi un incomprendido por los técnicos europeos, respondió a las exigencias; aportó el quiebre de cintura en un equipo marcado por la aceleración y nunca dejó de responder en la marca. 

Por edad, los primeros cuatro años de Bielsa en la Selección debían significar la madurez del jujeño (llegó al Mundial con 27). Después de aquel cabezazo al arquero holandés Edwin Van der Sar, el día de la eliminación en Francia '98, Ariel Ortega rara vez repitió aquellos actos de indisciplina representando a la Selección. La única fue frente al Espanyol en Barcelona, cuando varios se vieron desbordados y acudieron a fuertes infracciones. Bielsa prestó especial atención a este rasgo. Lo siguió especialmente en su vuelta a River en el 2000, donde lo expulsaron en tres partidos en menos de una temporada y media, siempre por reaccionar alevosamente. Luego de una de ellas, le preguntaron si hacía hincapié en que no simularan faltas o protestaran fallos; detrás de su respuesta ("sé que ese es un tema de moda en el fútbol argentino. Pedimos que respeten el reglamento"), se escondía su previsión a esa eventualidad. 

A Ortega hay que saber tratarlo. Es de ese tipo de futbolistas que se molestan con los técnicos seguidores y se exceden con los que dan demasiada rienda. Bielsa jamás querrá hacer diferencias, siquiera contando con un elegido. No duda en afirmar que "a los históricos hay que exigirles más". Sin embargo, en tiempos en que las convocatorias a Claudio Caniggia traían suspicacias, nunca dejó de demostrarle confianza al jujeño. A dos meses del Mundial, no podía dejar que se deprimiera. 

La relación entre Bielsa y Ortega fue más fraternal que nunca en el vestuario del estadio de Miyagi, en Japón. El Seleccionado Argentino acababa de quedar afuera del Mundial y al técnico frío e impenetrable, le secaba las lágrimas el jugador número 10. 

Casos especiales de tratamiento siempre existirán. Por lo general con aquellos que vivieron una infancia privada de lujos y que muy jóvenes debieron emplearse. La personalidad tan cerrada de Marcelo, su aversión a mostrar su lado humano y sus emociones permanentemente escondidas, no lo deja mimar a sus dirigidos. Julio Alberto Zamora, ex jugador de Newell's, fue otro paradigma. De adolescente, vendía flores en los semáforos y Jorge Griffa debía suplicarle que no faltara a los entrenamientos. 

La relación de Zamora con Bielsa comenzó en 1983, mientras jugaba prestado en el club Tiro Federal. Habían organizado un amistoso entre menores de ambos clubes (en Newell's figuraban Roberto Sensini y Abel Balbo), pactado para las ocho de la mañana, aunque los pibes del Loco debían reunirse una hora y media antes. El tinte legendario recuerda que Zamora, sin descansar la noche anterior debido a su ocupación, llegó sobre la hora y finalizó siendo gran revelación, marcando tres goles del 4-1 final. El recuerdo vago de Marcelo, al año siguiente, impidió que le permitieran marcharse: "Ese negrito un día nos hizo tres goles, no lo dejen ir" les dijo a los directivos. 

Así y todo Zamora lo miraba de reojo, debido a que no lo había seleccionado para un torneo juvenil llamado Proyección '86 y porque ya como profesionales, le pedía sacrificarse, de ser necesario, hasta el área propia. Era uno de los pocos que se negaban a estudiar lo publicado de los siguientes rivales: "A mí no me decía nada, porque sabía que yo no me iba a meter en eso. Pero al resto le hacía conocer las estadísticas, los resultados en el resto del torneo, quién era el goleador, con qué defensores venían jugando, los cambios que había hecho. Quería que supieran cada detalle del equipo que íbamos a enfrentar". 

Zamora se cansaba de patear entre 70 y 80 centros en las prácticas de los sábados, y era el único que en aquel equipo lo confrontaba: "Discutía con Marcelo únicamente por temas futbolísticos. Dijeron que yo me enfrenté con él; al contrario, siempre me la jugué por Newell's, estuviera Bielsa o no. Llegamos a tener una buena relación, de respeto mutuo". Mejor jugaba cuanto más presión había. En esos casos Marcelo arengaba pidiendo recordar aquellos picados juveniles de barrio, en los que ganar se entendía como la vida misma, esos picados donde no cabía la posibilidad de volver a casa derrotados, aquellos que Zamora había jugado muchas veces, lo que generaba que entendiera a Bielsa como ninguno.

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