miércoles, 11 de abril de 2012

BIOGRAFÍA DE MARCELO BIELSA (4)


'LO SUFICIENTEMENTE LOCO', UNA BIOGRAFÍA DE MARCELO BIELSA (4)





NEWELL'S 


... "MIS MAYORES ALEGRÍAS"


Generalmente Marcelo Bielsa no tiene problemas en "etiquetar" episodios, en lanzar definiciones categóricas del tono de "el más recordado" o "el menos querido". En julio del 2001, debido al incipiente reconocimiento del público por el esplendor del Seleccionado argentino en las Eliminatorias, le preguntaron si encuadraba aquel momento en lo mejor de su carrera. La pregunta fue circunstancial y lógica, pero la respuesta la convirtió en trascendente, como a veces sucede: "No, no me puedo olvidar de Newell's, allí viví mis mayores alegrías", contestó sonriendo, como si su memoria se fugara en una asociación libre de imágenes emocionantes para él.

Después del Mundial, debiendo recomponer el afecto o por lo menos el reconocimiento del público, dejó un deseo muy personal, cuando le hablaron del regreso de Carlos Bilardo a Estudiantes de La Plata: "Ojalá que el tiempo me permita volver a trabajar en Newell's".

Curiosamente un ser reflexivo hasta el mínimo detalle como él, también posee la capacidad de sentir extremadamente. Es una característica que lleva congénita la convivencia de sus partes racional y pasional. A él, el amor por Newell's lo desnuda. Y su paso de dos años como técnico de la primera, su primer empleo en el fútbol profesional, es su punto de honor.

Le cabe la denominación de fanático racional. Pretendía ser un hincha activo, estar del lado de las resoluciones. Si su vocación era el fútbol, Newell's era su lugar. Con su padre simpatizante de Rosario Central -el histórico rival-, al estadio del Parque Independencia lo llevó un tío y luego la mudanza con su familia a Moreno al 2300, casi enfrente. Primero se enorgullecía cuando lo identificaban con Newell's. Luego, siendo técnico y campeón, el orgullo se invertiría: identificaban a Newell's con (y por) él. Idealizó y concretó la idea de hacer propio al equipo de su vida. Siempre dijo "mi Newell's", pero esa posesión tendría que ver no sólo con el sentimiento, sino con haberlo moldeado a su gusto.

En la tan mentada identidad del fútbol argentino, es indudable que la de cada equipo en particular la sintetizan las formaciones exitosas del club; en el caso de Newell's los títulos habían llegado de la mano de planteles a los que les sobraba fútbol, pero no espíritu combativo, mística, por lo cual antes habían perdido en alguna definición. Bielsa llegó para cambiar todo: "Esta institución cargaba sobre sus hombros un mote injusto que le habían adosado hace varios años. Para nosotros era muy importante deshacernos de él. Este plantel merece que se hable de su garra, de su fiereza", diría con los triunfos ya consumados. Para transformar a "su" Newell's, fue necesario imponer la concepción de juego que siempre pregonó: "Soñaba con hacerle jugar a Newell's un fútbol diferente, donde el principal rasgo fuera la movilidad y donde los futbolistas sorprendieran apareciendo en sitios inesperados".

Con él en el banco, Newell's resignó estética pero ganó historia. A la vez que Norberto Scoponi aceptaba que "este equipo tiene fútbol pero no tanto", Mauricio Pochettino razonaba en 1992 que "Bielsa le dio al equipo un vuelo futbolístico distinto al de todos los demás. Nuestras variantes tácticas modificaron la estructura convencional de nuestro fútbol. Rendimos tanto cuando marcamos en zona como cuando lo hacemos con libero y stopper. Los muchachos pueden actuar en defensa, en el medio, por los laterales, defendiendo, atacando, relevando, llegando". Bielsa revolucionó al club desde la cancha. Porque en menos de dos años obtuvieron dos títulos nacionales y un subcampeonato de América, la misma cantidad de lauros que había cosechado la entidad en su historia de 51 años anterior en el fútbol profesional de la Argentina.

Su primer torneo fue el primer título, el Apertura 1990. Marcelo no sólo era novato, sino también el entrenador más joven de Primera División. Movió las piezas como imaginaba antes de asumir como técnico, entre las que juntó una zaga de 19 años promedio con Gamboa y Pochettino. Confió sobre todo en los jóvenes, a cambio de que se predispusieran a escucharlo. A algunos de ellos los había reclutadora todos los había dirigido en inferiores. Porque antes de que llegara aquel momento habían trabajado durante años con Jorge Griffa, entonces director del fútbol juvenil de Newell's, seleccionando lo mejor de cada carnada, cual si fuera un viñedo.

Con los históricos Scoponi, Gerardo Martino, Juan Manuel Llop y Julio Zamora, debió presentarse. Tenía que encontrar la manera de pedirle a jugadores con unas cuantas campañas como profesionales (salvo Zamora todos superaban los 28 años), que se entregaran a su obsesividad. Preponderó el bien común en juego, algo que Bielsa agradeció siempre.

Martino se convirtió en su primer dirigido admirado, porque Marcelo es de admirar a sus futbolistas, sobre todo si les ve algo que a él le falta; en este caso, más que no haberse rebelado a un técnico revolucionario (él sí quizá lo hubiera hecho), lo sorprendía la forma de manejar la fama que tenía la figura del equipo. "Sin él no hubiéramos podido hacer lo que hicimos en el club. Es fácil imaginarlo: un entrenador debutante le pedía más despliegue al mejor del equipo. Si Gerardo hubiese querido desaprobar el proyecto, lo podría haber volteado. Le bastaba con hacerse el distraído. Pero su actitud fue un ejemplo para los pibes, que habrán pensado: "Si lo hace el Tata, que es Gardel, ¿cómo no lo vamos a hacer nosotros?". Además, no conocí a nadie que asumiera el éxito como él. En ese sentido me gustaría aprender: siempre está dispuesto, siempre amable, siempre un señor".

El Tata Martino, quien tiene el récord de partidos jugados en la historia del club, también apoyaba a su nuevo técnico cuando a algún periodista se le ocurría buscar la confrontación: "Me siento un jugador más completo. Encontré respuestas en mí mismo que me gustaron ayudando en la recuperación. Es necesario tener alguien al lado que no sea conformista y que te hable de algo nuevo. Lo mío igual no fue cambiar, sino agregar".

Imprevistamente aparecía Newell's peleando por el campeonato. De la campaña resaltaban el invicto como visitante (punto de inflexión en 52 años de Newell's actuando en Buenos Aires) y el éxtasis de un clásico ganado 4-3 en cancha de Rosario Central, donde quedó a sólo un gol su promesa de cortarse un dedo. La ilusión nació recién sobre la marcha: "Yo no me propuse grandes cosas. En el fútbol ningún proyecto puede ir más allá de una semana porque siempre espera un rival que quiere bajarnos. Les pedí que nos concentráramos para el próximo partido. Lo demás es puro sueño, créame...", contaba en la revista "El Gráfico".

El sábado 22 de diciembre de 1990, definían el Torneo Apertura Newell's visitando a San Lorenzo en cancha de Ferro y River recibiendo a Vélez. El punto de diferencia y el empate propio obligaron a jugadores e hinchas a permanecer en el campo de juego escuchando por radio los últimos ocho minutos de River, que había empezado su partido después. El técnico, recluido, incomunicado por decisión propia, temiendo trágicamente que 35 años de vida se debatían ahora en 8 minutos de incertidumbre; con la vista baja y fija, como siempre. El destino volvía a ubicarlo en situación límite.

"Me fui de la cancha. Atrás de la tribuna, había una cancha auxiliar, después una segunda y por último, las vías del ferrocarril. Ahí me quedé. Y por el helicóptero que sobrevolaba el estadio, casi no escuchaba a la gente, así que estaba realmente aislado. Se me dio por mirar a los hinchas y sólo les veía los tobillos entre los tablones de madera. ¡Pero ninguno gritaba! ¡Nadie se movía! Entonces, interiormente, les pedí por favor que dijeran algo... Por suerte, uno que estaba dado vuelta, me reconoció y comenzó a hacerme señas con los brazos. Ahí sí oí el griterío y salí corriendo como para abrazarme con todos". Mientras lloraba emocionado, empezó a correr en círculos y se trepó al alambrado.

Las reglas no lo llamarían campeón, sino ganador del derecho a jugar la final de la temporada; pero para él significaba mucho más: el pasaporte a obtener el crédito de los jugadores, el que le faltaba por no haber tenido trayectoria como futbolista. Por eso el festejo, por eso las lágrimas, por eso el afloramiento de sentimientos como nunca antes ni después, paseado en hombros, con un trapo rojinegro y gritando "Newell's, carajo, esta es la que vale".

Y con Bielsa Newell's fue campeón en La Bombonera. Porque Boca ganó el Clausura y se convirtió en el segundo finalista. Puede recordarse fácil: primer chico 1-0 en Rosario, a definir el martes 9 de julio en Buenos Aires, con 55 mil espectadores y la prensa en contra (Boca llevaba una década sin coronas). Otra vez el festejo, otra vez el llanto, otra vez el agradecimiento a quien se le cruzara.

Para aquellas finales echó mano a dos de sus cualidades en su relación con los futbolistas. En primer lugar, demostrarles confianza, una confianza que con el tiempo se invierte. En vez de pedir las dos incorporaciones permitidas para suplantar a los que habían viajado a Chile para participar de la Copa América con el seleccionado, prefirió que los que lucharan por el campeonato fuesen los mismos con los que estaba trabajando hacía un año. Se jugó por los suplentes Fabián Garfagnoli y Miguel Ángel Fullana, para ganar con los mismos de siempre.

Y en segundo lugar, sacó su carta motivadora de entonces, que le costaba sus enemigos futbolísticos pero que le daba sus grandes satisfacciones: "Les expliqué que las finales definen a los actores, que no me importaba el trámite, que el que gana es el mejor y el que pierde es el peor. Que no se dejaran engañar por eso de las derrotas dignas o las victorias morales. Era la vida o la muerte. Así lo interpretaron. Por eso hoy festejamos". Esos términos de "vida o muerte" son los que lograría erradicar sólo con los años.

Las finales contra Boca fueron el punto máximo del temple y la estrategia adosadas por él un año antes a la identidad histórica de Newell's. Una planificación exacta, que contempló incluso la salida al campo de juego, cuando se paseó por todo el estadio para que lo insultaran a él y no a los jugadores. Una planificación que paradójicamente concluyó en la lotería de los penales. La ganaron desechando la suerte, a semejanza de su entrenador, para ello estaban preparados desde hacía doce meses.

El segundo semestre del '91 los encontró relajados en el ánimo y anteúltimos en las posiciones. "Ya no somos sorpresa, aparecen las tentaciones. Uno luchó tanto para empezar a tenerlas y ahora resulta que no puede disfrutarlas porque el nivel de autoexigencia que le implantamos al plantel de Newell's es enorme. Es inútil, del éxito siempre se sale con alguna abolladura".

En cada declive, buscaba las causas en su gran progenitor, Jorge Bernardo Griffa, quien por experiencia analizaba con los ojos del presente y también con los del pasado, para tener una mejor visión del futuro, como dice el escritor Mario Benedetti. "Juntos aguantamos los momentos de incertidumbre. Conmigo charlaba para entender por qué en el fútbol se puede trabajar bien y tener malos resultados", recuerda Griffa.

Pese a ser tremendamente triunfal su gestión, teniendo en cuenta que sólo duró dos temporadas, también tuvo sus picos depresivos. Típico de la carrera y la vida de Marcelo Bielsa los vaivenes emocionales, justo en un hombre que busca el equilibrio, por lo menos de la boca hacia afuera.

Apenas firmó, en julio de 1990, la desconfianza era el denominador común hacia el ignoto fanático que comenzaba como técnico: Newell's arrancaba la temporada con el quinto peor promedio en la tabla del descenso, a sólo siete puntos del último, Chaco For Ever. Y a la tercera jornada (derrota 1-2 con Huracán de local), soportaba las primeras críticas y los comentarios burlones de su carrera. Su amigo Carlos Alüeri, que había utilizado sus contactos en el club para que Marcelo asumiera, siempre recuerda que "ese día yo estaba cerca del alambrado y un gordo le gritó 'Bielsa, si querés a Newell's, ándate'". Contra los rumores y el descrédito, Newell's daría la vuelta olímpica.

Luego de la pésima segunda mitad del '91, el año 1992 avizoraba la Copa Libertadores, una llaga para los hinchas leprosos desde cuatro años atrás. El comienzo fue, guiado por el carácter definitivo que le daba el técnico, catastrófico: 6-0 abajo ante San Lorenzo, de local y a cancha llena. Volvió a su casa con el descontrol que lo invadía en cada derrota del torneo anterior, y con un pensamiento que pocos conocen: le decía a los suyos que quería renunciar.

Nuevamente los cuestionamientos y por primera vez, rencillas internas salían a la luz: Juan José Rossi se había negado a ir al banco, Bielsa no lo incluía a Fernando Gamboa por una lesión que el jugador no reconocía y "El Gráfico" publicaba que sus dirigidos lo llamaban "mal necesario".

En el siguiente compromiso, segunda fecha del Clausura versus Unión, experimentó un par de cambios posicionales que pensaba hacía tiempo y que armarían el esquema táctico que lo caracterizaría durante el resto de su carrera: tres zagueros, una línea de tres volantes, un conductor y tres delanteros, todo en pos de la agresividad que pregona.

Concentrado para ese partido, eligió la soledad oscura de su habitación para recluirse con puerta y ventana cerradas. Sólo golpeó un llamado telefónico de su esposa, quien aparece cuando hay que recordarle las pequeñas cosas de la vida. Una bisagra temporal para comenzar un ciclo de 26 partidos sin perder, imponiendo el equipo Su autoridad mientras avanzaba en la Copa y lideraba de punta a punta el torneo local.

En el medio, quedaron dos cúspides emocionales. Una, emparentada a las obligaciones de conciencia y no con el bolsillo: ganarle a Central, y encima con los suplentes. De los cuatro clásicos que dirigió, triunfó en tres. Entendió cada uno como un designio y donó el premio material. La otra epopeya, ligada al corazón en el sentido literal: por las semifinales de la Libertadores, Newell's necesitó una maratónica ronda de 13 penales por equipo para dejar afuera al América de Colombia. Aquella noche, en el estadio Pascual Guerrero de Cali, en la que nadie supo dónde padeció y gozó la definición Bielsa (había sido expulsado), un hincha murió y otros diez fueron internados por ataques cardíacos, tal la magnitud del sufrimiento.

El sueño de proyectar a Newell's a "la mesa de los grandes", como habitualmente cita Jorge Griffa, quedaría inconcluso la noche del miércoles 19 de junio del '92, con la derrota en la final de la Copa a manos del San Pablo. El destino volvía a merodear: cuando el suplementario expiraba y llegaban los penales que decretarían la victoria brasileña, no lo autorizaron a hacer ingresar a Gustavo Raggio, de potente remate. Dónde estará escrita la historia, dónde estará designada la gloria.

Le sobrevino, lógicamente, una profunda congoja y la reflexión, fue casi un morbo: "Las finales se ganan y si no, no se explican. Nos costó una enormidad perder nada más que por 1-0. Perdimos porque ellos fueron mejores. Esto nos define: los campeones son ellos. Y son cosas que hay que sufrirlas, para mí es terrible. No sirve decir ahora que la Copa es menos importante que cuando planificamos para ganarla. Este plantel tiene un coraje indiscutible, nadie puede decir que Newell's se haya aburguesado: estos muchachos viven de cada metro, de cada pelota; es un equipo de esforzados, no de cómodos. Y ahora tenemos que mostrar madurez para ganar el campeonato, eso también nos va a definir. Ya está: estoy destrozado, pero creo que los grandes fracasos también acuñan próximos triunfos".

Una década después, colocaría las derrotas contra San Pablo y San Lorenzo en el mismo nivel que la eliminación en primera ronda de un Mundial que siempre anheló: "A mí me echaron, perdí 6 a 0, una Libertadores y ahora quedé afuera de un Mundial. No soy omnipotente. Imposible serlo después de esos golpes".

Como una continuidad de su carrera, tener que sufrir para luego gozar, conocer primero la espina y después la rosa, le aguardaba, no sin antes ver dos veces el video de la final perdida, un 3-0 a San Lorenzo en Buenos Aires y dos semanas después, el título del Clausura '92.

El festejo ya no tendría las mismas características de los otros. El desgaste producido terminaba de redondear un ciclo completo en episodios y casi perfecto en resultados.

De aquel Bielsa que compartía con su plantel un video de la brasileña Xuxa en el micro rumbo al estadio, simplemente por respetar la cábala de ellos, o del que decía "si no quisiera mucho a los jugadores de Newell's, no hubiera podido lograr el clima que creé en este equipo", sobrevenía uno que, siempre con la marca de su fluctuación emocional, sustituyó a los once titulares en un amistoso de festejo ante Olimpia de Paraguay posterior al título, disgustado porque no rendían y porque el día anterior, habían retornado del casamiento de uno de los jugadores (Darío Franco) más tarde de lo previsto.

Cuando los sentimientos se deterioran o se transforman, no hay milagro que los pueda reinstaurar en su calidad inicial. La alquimia produce invalorables elementos pero de limitada existencia. Marcelo Bielsa renunció, dándole fin, incluso antes del repechaje clasificatorio para una nueva Copa Libertadores, a un ciclo inolvidable por éxitos y apoyo popular. En esos dos años, la masa de hinchas rojinegros creció en cantidad y efusividad, tomando como gran referente al técnico fanático que llevó a "su" Newell's a lo más alto.

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